Junaid Hafeez, ex profesor de Literatura Inglesa en la Universidad Bahauddin Zakariya (BZU), ha pasado más de una década en régimen de aislamiento, atrapado en un limbo legal que ejemplifica la intolerancia, la ineficiencia judicial y la apatía del Estado en Pakistán. Su caso, iniciado en 2013 por controvertidos cargos de blasfemia, se ha convertido en un claro ejemplo de cómo se utilizan las leyes de blasfemia en Pakistán. A menudo conduce a graves errores judiciales..
Para Usama Asghar, el escritor y analista que ha seguido de cerca el caso de Hafeez, este asunto es profundamente personal. Al recordar sus primeros años de adolescencia, Asghar recuerda cómo su padre, un agente de policía, le advirtió sobre los peligros de expresar opiniones libremente en Internet. “A menudo respaldaba sus consejos con ejemplos, citando con frecuencia el caso de un joven profesor que fue arrestado por la policía acusado de blasfemia en la ciudad de Rajanpur”, comparte Asghar. Años después, se daría cuenta de que ese mismo caso era el de Junaid Hafeez.
El calvario de Hafeez comenzó cuando los estudiantes lo acusaron de hacer comentarios blasfemos y compartir contenido controvertido en línea. La situación se agravó rápidamente y culminó con su arresto el 13 de marzo de 2013. Su juicio, empañado por irregularidades, vio evidencias clave mal manejadas y su abogado defensor, Rashid Rehman, asesinado a tiros después de recibir amenazas abiertas en el tribunal. En 2019, Hafeez fue sentenciado a muerte en virtud del artículo 295-C del Código Penal de Pakistán, con cadena perpetua adicional en virtud del artículo 295-B y otros diez años de prisión rigurosa en virtud del artículo 295-A.
El proceso que se ha llevado a cabo en su contra ha sido una parodia de la justicia, que ha puesto de relieve el peligroso clima de extremismo religioso que impera en Pakistán. “Junaid Hafeez no sólo sufre por la intolerancia del país, que le ha acusado falsamente de blasfemia, sino también por la ineficacia y el egoísmo de nuestro sistema judicial”, afirma Asghar. La naturaleza prolongada del proceso ha dejado a Hafeez en régimen de aislamiento, con su bienestar físico y mental deteriorándose, mientras el Estado sigue siendo un espectador apático.
Las leyes de blasfemia de Pakistán, en particular la sección 295-C, han sido criticadas durante mucho tiempo por su vaguedad y su potencial de abuso. Incluso las acusaciones no verificadas pueden tener consecuencias mortales, como se vio en el reciente linchamiento de un turista local en Swat. El poder desenfrenado de los elementos radicales ha infundido miedo tanto en legisladores como en jueces, haciendo que los juicios justos en los casos de blasfemia sean casi imposibles.
Asghar pinta un panorama sombrío de la trayectoria del país. “Con el tiempo, este país ha dejado en evidencia que no es para gente como Junaid Hafeez, que defiende el conocimiento y la tolerancia, sino para turbas despiadadas y sedientas de sangre que dominan y hacen lo que quieren”, lamenta. Su esperanza es un Pakistán donde se respete la libertad de pensamiento y la pluralidad religiosa, pero la realidad del caso de Hafeez lo llena de desesperación.
El llamado a la reforma es urgente. “Si aún queda un ápice de vergüenza y humanidad en nuestros legisladores, deberían abolir las crueles leyes sobre la blasfemia”, insta Asghar. Sin embargo, en un país donde la justicia de las masas a menudo prevalece sobre los procesos legales, el futuro de Hafeez sigue siendo incierto. Su nombre, honrado en la Universidad Estatal de Jackson en los Estados Unidos, contrasta marcadamente con su destino en Pakistán: un académico silenciado en confinamiento solitario, esperando justicia en un sistema que le ha fallado.
La pregunta sigue siendo: ¿Se condenará a Junaid Hafeez para siempre? Hasta que Pakistán enfrente su intolerancia y reforme sus leyes sobre la blasfemia, la respuesta parece trágicamente clara.